Un fuego avivado por el viento, un desierto en llamas.
Como si brotara de la tierra, Chergui, un viento del desierto, crea un efecto más de succión que de soplado, arrastrando plantas, insectos y ramitas en una ineludible ascensión. Sus ráfagas plenas y persistentes cristalizan arbustos, matas y bayas, que proceden a chamuscarse, marchitarse y pagar un rescate final en savias, resinas y jugos. La noche cae sobre un recuerdo aún ardiendo, dando paso a los aromas fragantes, ambarinos y confitados del alquimista que es Chergui.
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